René Guénon, Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada / Lo que agravó sobremanera la situación es que Jung, para explicar algo de lo que los factores puramente individuales no podían dar cuenta, se vio obligado a formular la hipótesis de un supuesto «inconsciente colectivo», existente de alguna manera en o bajo el psiquismo de todos los individuos humanos, al cual creyó poder referir indistintamente tanto el origen de los símbolos mismos como el de sus caricaturas patológicas ...


Cuando Freud hablaba de simbolismo, lo que designaba abusivamente no era, por cierto, sino un simple producto de la imaginación humana, variable de un individuo a otro, y sin parecido alguno con el auténtico simbolismo tradicional. Era una primera etapa, y estaba reservado a otros psicoanalistas poder modificar las teorías de su maestro en el sentido de una falsa espiritualidad, con el fin de poder, mediante una confusión mucho más sutil, aplicarlas a una interpretación del simbolismo tradicional mismo. Fue sobre todo el caso de C. G. Jung, cuyas primeras tentativas en este dominio datan ya de hace bastante tiempo. Cabe advertir, pues resulta muy significativo, que el punto de partida para elaborar esa interpretación fue una comparación que estableció entre ciertos símbolos y algunos dibujos realizados por enfermos. Se debe reconocer que, en efecto, estos dibujos presentan a veces, con respecto a los símbolos verdaderos, una especie de semejanza «paródica» que no deja de ser más bien inquietante en cuanto a la naturaleza de lo que los inspira.
Lo que agravó sobremanera la situación es que Jung, para explicar algo de lo que los factores puramente individuales no podían dar cuenta, se vio obligado a formular la hipótesis de un supuesto «inconsciente colectivo», existente de alguna manera en o bajo el psiquismo de todos los individuos humanos, al cual creyó poder referir indistintamente tanto el origen de los símbolos mismos como el de sus caricaturas patológicas. De suyo el término «inconsciente» es impropio, y lo que contiene, en la medida en que pueda tener algo de realidad, pertenece a lo que los psicólogos denominan de modo más habitual el «subconsciente», es decir, el conjunto de las prolongaciones inferiores de la consciencia. Hemos apuntado en otro momento la confusión que se ha establecido continuamente entre «subconsciente» y «supraconsciente». Este escapa completamente, por su misma naturaleza, del dominio de las investigaciones de los psicólogos, que no dejan jamás, cuando tienen oportunidad de observar algunas de sus manifestaciones, de atribuirlas al «subconsciente». Precisamente esta confusión es la que descubrimos también aqui: que las producciones de los enfermos estudiados por los psiquiatras proceden del «subconsciente», ciertamente no es dudoso; pero, en cambio, todo lo que es de orden tradicional, y especialmente el simbolismo, hay que referirlo al «supraconsciente», es decir, a aquello por lo cual se establece una comunicación con lo suprahumano, mientras que el «subconsciente» tiende, inversamente, hacia lo infrahumano. Se da, pues, una verdadera inversión que es típicamente característica del tipo de explicación de que se trata; y lo que le da una apariencia de justificación es que, en casos como el citado, sucede que el «subconsciente», debido al contacto con influjos psíquicos de orden inferior, «imita como un mono» al «supraconsciente». Para quienes se dejan engañar por semejantes falacias y no son capaces de discernir su verdadera naturaleza, todo ello da lugar a la ilusión que conduce a lo que hemos denominado una «espiritualidad al revés».
Con la teoría del «inconsciente colectivo», se pretende explicar que el simbolo es «anterior al pensamiento individual» y lo trasciende. El problema de fondo, que ni siquiera parece plantearse, estriba en saber la dirección que toma ese trascender: si es hacia abajo, como parece indicarlo la referencia al pretendido «inconsciente», o hacia arriba, como lo afirman expresamente todas las doctrinas tradicionales. Hemos encontrado en un artículo reciente una frase donde esa confusión aparece con la mayor claridad posible: «La interpretación de los símbolos... es la puerta abierta al Gran Todo, es decir, el camino que conduce hacia la luz total a través del dédalo de los oscuros bajos fondos de nuestra individualidad». Por desgracia existen muchas probabilidades de que, perdiéndose en esos oscuros bajos fondos, se llegue a otra realidad muy diferente de la «luz total». Advirtamos también el peligroso equivoco del «gran todo», que, como la «consciencia cósmica» en la cual algunos aspiran a fundirse, no puede ser aquí ni más ni menos que el psiquismo difuso de las regiones más inferiores del mundo sutil. Consecuentemente, la interpretación psicoanalitica de los símbolos y su interpretación tradicional conducen en realidad a fines diametralmente opuestos.
Todavia cabe otra observación importante: entre las diversas cosas que el «inconsciente colectivo» puede explicar, hay que contar, naturalmente, con el folklore. Este es uno de los casos en los que la teoría puede presentar alguna apariencia de verdad. Para ser más exacto, debería hablarse de una especie de «memoria colectiva», como una imagen o un reflejo, en lo humano, de la memoria cósmica correspondiente a uno de los aspectos del simbolismo de la luna. Pretender concluir de la naturaleza del folk-lore el origen mismo de la tradición, es cometer un error semejante en todo a aquel. tan difundido en nuestros días, que hace considerar como «primitivo» lo que no es sino el efecto de una degradación. Es evidente, en efecto, que el folk-lore configurado esencialmente por elementos pertenecientes a tradiciones extinguidas, representa inevitablemente un estado de degradación con respecto a ellas: pero, por otra parte, es el único medio por el cual algo de ellas puede quedar a flote. Sería menester preguntarse también bajo qué condiciones la conservación de tales elementos ha sido confiada a la «memoria colectiva». Como hemos tenido ya oportunidad de decirlo, podemos ver en ello el resultado de una acción plenamente consciente de los últimos representantes de antiguas formas tradicionales en vías de desaparición. Lo seguro es que la mentalidad colectiva, en la medida en que exista algo que así pueda llamarse, se reduce propiamente a una memoria, lo que se expresa en términos de simbolismo astrológico diciendo que es de naturaleza lunar. Es decir, puede desempeñar cierta función conservadora, en la cual consiste precisamente el folk-lore, pero es totalmente incapaz de producir o de elaborar nada, especialmente elementos de orden trascendente como lo es por definición cualquier dato tradicional.
La interpretación psicoanalítica pretende negar esta trascendencia de la tradición, pero de forma novedosa, podría decirse, y diferente de las que estaban en curso hasta ahora. No se trata ya, como con el racionalismo en todas sus manifestaciones, bien de una negación radical, bien de una pura y llana ignorancia de la existencia de todo elemento «no humano». Al contrario, parece admitirse que la tradición tenga efectivamente un carácter «no humano», pero desviando completamente la significación de este término. Al final del artículo antes citado, leemos lo siguiente: «Volveremos tal vez sobre estas interpretaciones psicoanalíticas de nuestro tesoro espiritual, cuya "constante" a través de tiempos y civilizaciones di- versos demuestra a las claras el carácter tradicional, no humano, si se toma la palabra "humano en el sentido de separativo, de individual». Aparece aqui, de la mejor manera posible, cuál es la auténtica intención, que, por lo demás -queremos creerlo- no es siempre consciente en quienes escriben cosas de este género, porque debe quedar bien claro que lo que se pone en cuestión a este respecto no es tal o cual individualidad, bien sea la de un «cabeza de escuela» como Jung, sino la «inspiración», muy sospechosa, de donde provienen esas interpretaciones. No es necesario ir muy lejos en el estudio de las doctrinas tradicionales para concluir que, cuando se trata de un elemento «no humano», lo que se entiende por ello, y que pertenece esencialmente a los estados supraindividuales del ser, no tiene nada que ver absolutamente con un factor «colectivo», que en sí mismo, no pertenece en realidad sino al dominio humano individual, al igual que lo que se califica de «separativo», y que, además, por su carácter «subconsciente», no puede en todo caso abrir una comunicación con otros estados sino en la dirección de lo infrahumano. Se capta a primera vista, el proceso de subversión que consiste, apropiándose de ciertas nociones tradicionales, en invertirlas sustituyendo el «supraconsciente» por el «subconsciente», lo suprahumano por lo infrahumano. ¿No es esta subversión mucho más peligrosa aún que la simple negación, y se creerá que exageramos al decir que contribuye a preparar las vías a una verdadera «contratradición» destinada a servir de vehiculo a esa «espiritualidad al revés» de la cual, hacia el fin del actual ciclo, el «reino del Anticristo» ha de señalar el triunfo aparente y pasajero?

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