René Guénon, El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos / ¿De qué orden es la determinación que se añade a la naturaleza específica convirtiendo a los individuos, en el propio seno de la especie, en entes separados?


Ya hemos señalado las razones por las que la palabra «materia» puede dar lugar a errores; tal vez la palabra «forma» se preste a ello con mayor facilidad aún, ya que su sentido corriente difiere por completo del adoptado en el léxico escolástico; si se utilizase este último sería necesario, por ejemplo, al referirnos como anteriormente a la consideración de la forma en geometría, decir «figura» donde se decía «forma»; pero ello sería demasiado contrario al uso establecido que estamos obligados a tener en cuenta si queremos que se nos comprenda, esta es la razón de que, cada vez que empleamos la palabra «forma» sin referencia explícita a la escolástica, lo hagamos en su acepción más ordinaria. Así ocurre sobre todo cuando decimos que, entre las condiciones de un estado de existencia, la forma es la que caracteriza estrictamente a dicho estado como individual; además, resulta evidente que, en general, esta forma en modo alguno debe ser concebida como si se revistiese de un carácter espacial; solamente se presenta así en nuestro mundo porque en él se combina con otra condición: el espacio que, en rigor, sólo pertenece al ámbito de la manifestación corpórea. Entonces la cuestión que se plantea es la siguiente: ¿Entre las condiciones de este mundo, no es acaso la forma entendida así —y no ya la «materia» o, si se prefiere, la cantidad— la que representa el verdadero «principio de individuación» por ser los individuos tales en tanto en cuanto son condicionados por ella? Ello supondría la incomprensión de lo que los escolásticos dicen al referirse al «principio de individuación». En modo alguno entienden por ello lo que define la individualidad de un estado de existencia, esto parece incluso referirse a un orden de consideraciones que aparentemente no han abordado nunca; por otra parte, y desde este mismo punto de vista, la propia especie debe ser considerada como perteneciente a un orden puramente individual, pues no es en absoluto trascendente respecto al estado que así se define; podríamos incluso añadir que, conforme a la representación geométrica de los diversos estados de existencia que hemos expuesto en otro lugar, la jerarquía de los géneros en su totalidad debe ser considerada como si se extendiese horizontal y no verticalmente. 
La cuestión que plantea el «principio de individuación» tiene un alcance mucho más restringido y en definitiva se reduce a lo siguiente: todos los individuos de una misma especie participan de una naturaleza común que en realidad no es sino la propia especie que se encuentra por igual en cada uno de ellos. ¿Qué es lo que hace que, a pesar de su naturaleza común, estos individuos sean seres distintos e incluso, valga la expresión, estén separados unos de otros? Por supuesto, en este caso no se trata de los individuos sino como elementos de la especie, independientemente de cuanto en ellos pueda haber por otros conceptos, de forma que también podría plantearse la cuestión así: ¿De qué orden es la determinación que se añade a la naturaleza específica convirtiendo a los individuos, en el propio seno de la especie, en entes separados? Esta es la determinación que los escolásticos refieren a la «materia», es decir, a la cantidad en definitiva, con arreglo a su definición de la materia secunda de nuestro mundo; así, la «materia» o cantidad aparece claramente como un principio de «separateidad». En efecto, bien podríamos decir que la cantidad es una determinación que se añade a la especie, por ser ésta exclusivamente cualitativa, independiente por tanto de la cantidad, lo que no es el caso de los individuos, por el hecho mismo de estar «incorporados»; sobre esta cuestión será preciso además tomar buena nota de que, contrariamente a una opinión errónea excesivamente propagada entre los modernos, en modo alguno debe ser concebida la especie como una «colectividad», pues ésta no es más que una suma aritmética de individuos, es decir, al contrario de la especie, algo completamente cuantitativo; la confusión de lo general con lo colectivo es una consecuencia más de la tendencia que inclina a los modernos a no ver en todo más que la cantidad y que encontramos continuamente en el fondo de todas las concepciones características de su mentalidad particular. 
Llegamos ahora a la siguiente conclusión: entre los individuos la cantidad habrá de predominar sobre la cualidad, tanto más cuanto más cerca se encuentren de no ser en cierto modo más que simples individuos, más separados por ende los unos de los otros, lo que, por supuesto, no significa que estén más diferenciados, pues también existe una diferenciación cualitativa que en realidad se produce a la inversa de esta diferenciación completamente cuantitativa que supone la separación. Tal separación se limita a hacer de los individuos otras tantas «unidades», en el sentido inferior de la palabra, y de su conjunto una pura multiplicidad cuantitativa; en el caso límite, estos individuos no serían ya más que algo comparable a esos supuestos «átomos» de los físicos que carecen de toda determinación cualitativa. Así, a pesar de que de hecho nunca pueda ser alcanzado tal límite, ésta es la orientación que sigue el mundo actual. Nos bastará con mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta del esfuerzo general que se produce por doquier para reducirlo todo cada vez más a la uniformidad, ya se trate de los propios hombres o de las cosas entre las que viven; es evidente además que este resultado no puede obtenerse más que suprimiendo toda distinción cualitativa en la medida de lo posible; sin embargo, también merece un comentario la extraña ilusión que hace a algunos tomar esta «uniformización» por una «unificación» cuando en realidad supone exactamente lo contrario, buena prueba de lo cual es el hecho de implicar aquélla una acentuación cada vez más evidente de la «separateidad». Insistamos de nuevo: la cantidad sólo puede separar y nunca unir; todo cuanto procede de la «materia» se limita a producir, bajo diversas formas, una serie de antagonismos entre las «unidades» fragmentarias que ocupan la extremidad opuesta a la verdadera unidad, o al menos tienden hacia ello con todo el peso de una cantidad que ha dejado de estar equilibrada por la cualidad. Esta «uniformización» constituye, empero, un aspecto del mundo moderno suficientemente importante y susceptible de falsas interpretaciones, como para que quede perfectamente justificado nuestro propósito de dedicarle algunos desarrollos adicionales.

Comentarios