Wlliam James, Las Variedades De La Experiencia Religiosa. Estudio de la Naturaleza Humana / Os propondré simplemente cuatro características que, cuando una experiencia las alcance, puedan justificar que la llamemos mística para el propósito que nos ocupa ...


Las palabras «misticismo» y «místico» a menudo se utilizan como términos de mero reproche que podemos aplicar a cualquier opinión que consideremos vaga, indeterminada y sentimental; sin base ni en los hechos ni en la lógica. Para algunos autores, un «místico» es cualquier persona que cree en la transmisión del pensamiento o en el retorno de los espíritus. Empleada en este sentido la palabra tiene poco valor; existen demasiados sinónimos mucho menos ambiguos. Por consiguiente, para hacerla útil y restringiéndola al máximo, haré lo que hice con el término «religión» y os propondré simplemente cuatro características que, cuando una experiencia las alcance, puedan justificar que la llamemos
mística para el propósito que nos ocupa. De esta manera abreviaremos la controversia verbal y las recriminaciones que formalmente la acompañan. 
1. Inefabilidad. La característica más al alcance por la que clasifico un estado mental como místico es negativa. El sujeto del mismo afirma inmediatamente que debatía la expresión, que no puede darse en palabras ninguna información adecuada que explore su contenido. De esto se sigue que su cualidad ha de experimentarse directamente, que no puede comunicarse ni transferirse a los demás. Por esta peculiaridad los estados místicos se parecen más a los estados afectivos que a los estados intelectuales. Nadie puede aclararle a otro que nunca ha experimentado una sensación determinada sin expresar en qué consiste su cualidad o su valor. Se ha de tener oído musical para saber el valor de una sinfonía, se ha de haber estado enamorado para comprender el talante anímico de un enamorado. Si nos falta el corazón o el oído, no podemos interpretar justamente al músico o al amante e incluso podemos considerarlo absurdo o menguado mental. El místico considera que la mayoría de nosotros damos un tratamiento asimismo incorrecto a sus experiencias. 
2. Cualidad de conocimiento. Aunque semejantes a estados afectivos, a quienes los experimentan los estados místicos les parecen también estados de conocimiento. Son estados de penetración en la verdad insondables para el intelecto discursivo. Son iluminaciones, revelaciones repletas de sentido e importancia, todas inarticuladas pero que permanecen y como norma general comportan una curiosa sensación de autoridad duradera. 
Estas dos características califican cualquier estado que pretenda ser llamado místico, en el sentido en que yo uso la palabra. Hay otras dos características menos acusadas, pero que habitualmente aparecen y que son: 
3. Transitoriedad. Los estados místicos no pueden mantenerse durante mucho tiempo. Salvo en caso de excepción, media hora o como máximo una hora o dos parece ser el límite más allá del cual desaparecen. Con frecuencia, una vez desaparecidos sólo de manera imperfecta pueden reproducirse, pero cuando se repiten se reconocen con facilidad y de una repetición a otra son susceptibles de desarrollo continuado en lo percibido como enriquecedor e importante interiormente. 
4. Pasividad. Aunque la llegada de los estados místicos puede estimularse por medio de operaciones voluntarias previas como, por ejemplo, fijar la atención, o con determinadas actividades corporales o de otras formas que los manuales de misticismo prescriben, sin embargo, cuando el estado característico de conciencia se ha establecido, el místico siente como si su propia voluntad estuviese sometida y, a menudo, como si un poder superior lo arrastrase y dominase. Esta última peculiaridad conecta los estados místicos con ciertos fenómenos bien definidos de personalidad desdoblada, como son el discurso profético, la escritura automática o el trance hipnótico. Cuando estas últimas características resultan muy pronunciadas, puede suceder que no quede ningún tipo de recuerdo del fenómeno y que no aporte significado alguno a la vida interior del individuo para la que, podríamos decir, constituye una simple interrupción. Los estados místicos, considerados estrictamente así, nunca son simplemente interruptivos. Siempre queda algún recuerdo de su contenido y un sentido profundo de su incidencia. Modifican la vida interior del sujeto durante los momentos en que suceden. Las divisiones tajantes, de cualquier modo, son difíciles de establecer en este ámbito y tropezamos con todo tipo de gradaciones e interferencias. 
Estas cuatro características son suficientes para definir un conjunto de estados de conciencia lo bastante peculiares como para merecer un enunciado especial y exigir un estudio cuidadoso. Así, pues, llamémosle conjunto místico.

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