Joseph Campbell, Tú eres eso. Las metáforas religiosas y su interpretación / La cuarta función de la mitología tradicional es transportar al individuo a través de los distintos estadios y crisis de la vida; es decir, ayudar a las personas a entender integralmente el despliegue de la vida ...


QUÉ HACEN LOS MITOS
A mi juicio, las mitologías tradicionales cumplen cuatro funciones. La primera es reconciliar la conciencia con las precondiciones de su propia existencia; esto es, alinear la conciencia de la vigilia con el mysterium tremendum de este universo tal como es.
Las mitologías primitivas, incluyendo la mayoría de las mitologías arcaicas, se interesan en ayudar a los hombres a asentir a esto. Pero lo hacen del modo más monstruoso, poniendo en escena rituales de horrenda violencia frente a los ojos de los espectadores, con toda la comunidad participando en ellos. Si uno puede admitir eso, uno no está aprobando la vida, porque eso no es la vida. Después vino, en la historia humana, un momento en que la conciencia se negó a aceptar esta interpretación y surgió un sistema de mitologías interesadas en ayudar al hombre a alejarse, a colocarse a una distancia de esta concepción de la experiencia básica.
Apareció la religión zoroástrica, que presenta la idea de que el mundo era originalmente bueno (es decir: inofensivo) y que un principio de mal lo precipitó en una caída. De esa caída provino esta lamentable, desdichada y no querida situación conocida como la condición humana. Siguiendo la doctrina de Zoroastro, al participar en una obra de bien las personas se asocian con las fuerzas de la restauración, eliminando la infección del mal y retomando la senda hacia el bien.
Esencialmente, esta es la mitología que encontramos en la tradición bíblica: la idea de una creación buena y una caída subsiguiente. En lugar de culpar por la caída a un principio malo antecedente al hombre, la tradición bíblica culpó al hombre mismo. El trabajo de redención restaura la situación buena y, cuando complete este trabajo, traerá el fin del mundo tal como lo conocemos, es decir el mundo del conflicto y la guerra, ese universo de la vida que devora a la vida.
Ya sea que pensemos a la mitología en términos de la afirmación del mundo que es, la negación del mundo que es, o la restauración del mundo a lo que debería ser, la primera función de la mitología es despertar en la mente un sentimiento de reverencia ante esta situación, mediante uno de los tres modos de participación: saliendo, entrando, o efectuando una corrección.
A ésta yo la consideraría la función esencialmente religiosa de la mitología, esto es, la función mística, que representa el descubrimiento y reconocimiento de la dimensión del misterio del ser.
La segunda función de una mitología tradicional es interpretativa: presentar una imagen consistente del orden del cosmos. Hacia el 3200 a.C. nació el concepto de un orden cósmico, junto con la idea de que la sociedad y el hombre y la mujer deberían participar en ese orden cósmico porque es, en los hechos, el orden básico de nuestra vida.
Antes que esto, en las sociedades primitivas, el objeto de la reverencia no era un orden cósmico sino la aparición extraordinaria del animal que actuaba distinto de los otros de su especie, o de una cierta especie de animal que parecía ser especialmente inteligente, o algún otro aspecto notable del paisaje. Esas cosas extraordinarias predominan en las mitologías primitivas de todo el mundo. En el período de las altas civilizaciones, en cambio, llegamos a la experiencia de un gran tremendum misterioso que se manifiesta de modo tan impersonal que ni siquiera se le puede rezar, sólo se lo puede reverenciar. Los dioses mismos son sólo agentes de ese gran misterio, cuyo secreto se encuentra en las matemáticas. Esto puede observarse todavía en nuestras ciencias, en las que las matemáticas del tiempo y el espacio son consideradas el velo a través del cual el gran misterio, el tremendum, se muestra.
La ciencia, en todas las mitologías tradicionales, reflejó las creencias de su tiempo. No es sorprendente que la Biblia refleje la cosmología del tercer milenio antes de Cristo. Los que no comprenden la metáfora, el lenguaje de la revelación religiosa, se encuentran frente a imágenes que deben aceptar o cuestionar como hechos
Una de las más sorprendentes experiencias de este siglo tuvo lugar en 1968 en un gran viaje alrededor de la Luna. En Navidad, los primeros versículos del Génesis fueron leídos por astronautas, por tres hombres volando alrededor de la Luna. Lo incongruente era que estaban a varios miles de millas más allá del más alto cielo concebido en la época en que fue escrito el Libro del Génesis, cuando la ciencia de la época sostenía el concepto de una Tierra plana. Allí estaban, en un momento observando lo seca que era la Luna, y al siguiente leyendo cómo las aguas del cielo y las aguas de la Tierra habían sido separadas.
Uno de los momentos más maravillosos de esa experiencia contemporánea fue descrito en una majestuosa imaginería que simplemente no encajaba. El momento merecía un texto religioso más apropiado. Y sin embargo, nos llegó con toda la reverencia de algo sabio, algo en lo que resonaban nuestros orígenes, aún cuando en realidad no era así. Las viejas metáforas eran tomadas como registro factual de la creación. La cosmología moderna ha dejado toda esa imagen pueril del universo muy, muy atrás, pero, como ilustración del error popular, las metáforas de la Biblia, que no pretendían pasar por hechos, fueron pronunciadas por hombres que creían que lo eran, a millones que también creían que estas metáforas eran hechos.
La tercera función de una mitología tradicional es validar y sustentar un orden moral específico, el orden de la sociedad en donde nació esa mitología. Todas las mitologías nos llegan en el marco de una cierta cultura específica y deben hablarnos a través del lenguaje y símbolos de esa cultura. En las mitologías tradicionales, la idea en realidad es que el orden moral está orgánicamente relacionado con el orden cósmico, o forma parte de éste.
Mediante esta tercera función, la mitología refuerza el orden moral configurando la persona según las demandas de un grupo social específico, condicionado geográfica e históricamente.
Como ejemplo, los ritos primitivos de iniciación, que trataban a la gente con mucha dureza, tenían la intención de resolver el problema de hacer cruzar a las personas en crecimiento el primer gran umbral de su desarrollo. Estos ritos, normalmente, incluían escarificaciones y algunas cirugías menores. Esos ritos eran realizados de modo que las personas comprendieran que ya no tenían el mismo cuerpo que habían tenido de niños. Después, podían mirarse y ver que eran diferentes, que ya no eran niños. Estos cortes y marcas exigidos por la sociedad los incorporaban, en cuerpo y mente, a un cuerpo cultural más grande y durable, cuya mitología explicatoria se volvía la suya. Debe observarse que aquí la fuerza se encuentra más en la sociedad que en la naturaleza.
Así sucedió con la autoridad social en la India, por ejemplo, que mantuvo el sistema de castas así como los rituales y la mitología del uste. Es aquí precisamente, podemos notar, donde aparece una gran dificultad. Existe un peligro genuino cuando las instituciones sociales imponen a la gente estructuras mitológicas que ya no coinciden con su experiencia humana. Por ejemplo, cuando se insiste en ciertas interpretaciones religiosas o políticas de la vida humana, puede tener lugar una disociación mítica mediante la cual hay personas que resultan rechazadas o expulsadas de las ideas explicativas sobre el orden de sus vidas.
La cuarta función de la mitología tradicional es transportar al individuo a través de los distintos estadios y crisis de la vida; es decir, ayudar a las personas a entender integralmente el despliegue de la vida. Esta integridad significativa que los individuos experimentarán hechos significativos, desde el nacimiento hasta la madurez y la muerte, como hechos de acuerdo con, primero, ellos mismos, y, segundo, con su cultura, así como, en tercer lugar, con el universo, y, por último, con ese mysterium tremendum más allá de ellos y de todas las cosas.

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