Rodolfo Mondolfo, Moralistas griegos. La conciencia moral de Homero a Epìcuro / Hay que tener presente un hecho fundamental: que para Sócrates la filosofía ha sido su vida misma, la razón de toda su actuación, y hasta de su desafío y aceptación de la muerte: de manera que no puede resultar satisfactoria una reconstrucción de su pensamiento que no alcance a explicarnos la consagración de toda una vida, a costa también de la muerte ...


Hay que tener presente un hecho fundamental: que para Sócrates la filosofía ha sido su vida misma, la razón de toda su actuación, y hasta de su desafío y aceptación de la muerte: de manera que no puede resultar satisfactoria una reconstrucción de su pensamiento que no alcance a explicarnos la consagración de toda una vida, a costa también de la muerte, ni tampoco una acción espiritual tan profunda como la ejercida por él sobre espíritus tan diferentes como los de Platón y Antístenes, Euclides y Jenofonte, los ex discípulos de Filolao y Alcibíades, etc. 
Todo esto queda insoluble en el Sócrates que de linea Brochard: acuciado, sí, por un afán de definición científica de los conceptos, pero consciente de su propia insuficiencia para llegar más allá de una discusión puramente crítica y negativa, y convirtiendo la afirmada identidad entre virtud y ciencia en un cálculo de los provechos materiales y sensuales, es decir, en un utilitarismo grosero, que el propio Brochard declara "une conception lerre-à-terre de la moralité". AI convertir lo que Zeller más justamente llamaba el “eudemonismo” de Sócrates, en un utilitarismo (como hizo también Gomperz), o al negar que el prodigarse de Sócrates en la discusión guarde semejanza con un apostolado de ciencia porque (dice De Ruggiero) él tenía sólo un método de duda y no una doctrina para predicar al mundo, no se explica ni su vida ni su muerte, ni su supervivencia inmortal por la devoción de discípulos como Platón, que ha perpetuado su memoria para la posteridad. 
Pero al lado de estas interpretaciones insatisfactorias, en el siglo XX se ha vuelto a poner de relieve con mayor insistencia un rasgo fundamental del carácter de Sócrates, que quizás pueda ofrecer la palabra del enigma; es decir, su inspiración religiosa y mística. Un Historiador eminente de la filosofía griega, John Burnet, en la tentativa de demostrar su tesis (sin embargo, inaceptable) de que Sócrates fuera, por derivación del pitagorismo, el verdadero autor de la teoría de las ideas, ha insistido justamente sobre el hecho de que algunos pitagóricos de Tebas y de Flionte (Simias. Cebes, Feronda, Ejécrates, etc.), ex discípulos de Filolao, después de la salida de éste buscaron en Sócrates al maestro que pudiera satisfacer sus exigencias religiosas y místicas. Y el rasgo de la honda religiosidad de Sócrates (ya puesta de relieve, en el siglo XIX, por Zeller, Labriola y otros) y hasta de su misticismo (que Labriola negaba) resulta de singular eficacia esclarecedora en las reconstrucciones más profundizadas y acertadas de su figura histórica, de Zuccante y Melli a Festugière, De Sanctis, etc. 
Pero hay que avanzar un paso más (como ya intentó muy oportunamente Martinetti en su importante ensayo), si queremos lograr una visión unitaria de la personalidad de Sócrates; es decir, darle una posición central en su espíritu a esa religiosidad cuya luz puede proyectar rayos sobre cada aspecto de su actividad y doctrina, e iluminarlos y vincularlos a todos en una unidad sistemática y orgánica.

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