Stanislav Grof, En busca del ser / Para alguien en una emergencia espiritual, ya sea suave o más dramática, la tarea de vivir su día o funcionar de una manera conocida puede convertirse en un desafío. Las actividades normales y aparentemente simples que forman parte de la vida cotidiana quizás se vean de golpe como problemáticas, o parezcan más de lo que uno es capaz de soportar ...


¿Cuáles son los oscuros territorios internos que una persona puede tener que atravesar? ¿Cómo se sienten? ¿Qué tipo de conflictos se puede esperar que surjan? 
Para alguien en una emergencia espiritual, ya sea suave o más dramática, la tarea de vivir su día o funcionar de una manera conocida puede convertirse en un desafío. Las actividades normales y aparentemente simples que forman parte de la vida cotidiana quizás se vean de golpe como problemáticas, o parezcan más de lo que uno es capaz de soportar. Con frecuencia, las personas en crisis viven experiencias internas tan llenas de emoción, poder visual y fuerza energética que tienen dificultad para separar este vívido mundo interior de lo que ocurre en el mundo exterior. Puede que se sientan frustradas al encontrar que su nivel de atención es difícil de mantener, y es también posible que los cambios tan rápidos y frecuentes de su mente les causen pánico. Incapaces de funcionar normalmente, es probable que se sientan impotentes, ineficaces y culpables. 
Una mujer describió así su frustración: “Sabía todas las cosas que había que hacer en la casa, pero era como si hubiera una pared entre las tareas que solía hacer sin esfuerzo y yo. Recuerdo una vez que salí al jardín para trabajar allí porque pensé que una actividad simple sería de ayuda, pero, en vez, todo lo que podía sentir era: ‘Si me muevo muy rápido voy a explotar’. Los proyectos artísticos creativos que antes me daban tanto placer ahora eran demasiado difíciles como para poder concentrarme en ellos. Hasta jugar con mis hijos me pareció difícil por un tiempo. Durante ese periodo, lo único que podía hacer era cuidarme a mí misma”. 
Entre los componentes más problemáticos y alarmantes con los que se enfrentan quienes viven una emergencia espiritual, se encuentran el miedo, la soledad, las experiencias de locura y la preocupación por la muerte. Aunque estos procesos son una parte intrínseca y pivotal del proceso curativo, pueden volverse atemorizantes y abrumadores, en particular si no se cuenta con un apoyo humano. 
Al abrirse las puertas del inconsciente, una amplia gama de emociones y recuerdos reprimidos puede pasar a la percepción consciente. Elementos de miedo, soledad, locura y muerte aparecerán a veces al mismo tiempo cuando uno enfrenta recuerdos específicos o experiencias de los dominios personales o transpersonales. Puede que una persona reviva en enfermedades graves o accidentes en los que corrió el riesgo de perder la vida, así como otros acontecimientos perturbadores de la infancia. Asimismo, es posible que experimente otra vez el nacimiento biológico, con sus manifestaciones complejas, caóticas y dinámicas.
Muchos recuerdos nos hacen sentir miedo. Aquellas personas que provienen de familias en las que se abusó de ellas tal vez se sientan súbitamente aterrorizadas por la violencia de una madre alcohólica. Otras, quizás, revivan el miedo que sintieron cuando se cayeron de un árbol o sobrevivieron a una tos convulsa. 
Es factible que una persona sienta súbitamente una soledad que no guarda relación con su situación actual; estas percepciones irracionales quizás se originen en un incidente en el que fue abandonada por un padre o en la falta de conexión con la madre al nacer. Sentimientos similares pueden resultar por haber sido dejado de lado por los compañeros en la escuela o a causa del dolor de la separación en un divorcio. 
Recordar un incidente en el cual se estuvo a punto de perder la vida puede provocar el miedo a la locura en algunas personas. Quizás recuerden inesperadamente una parte de sus vidas como un accidente automovilístico casi fatal, un accidente de natación en el que casi se ahogaron o el abuso físico o sexual extremo. Al revivir ese acontecimiento, no es raro que estas personas se sientan impotentes y en peligro si creen que están perdiendo el contacto con la realidad. 
Estas vivencias también llevan a que las personas se conecten con la experiencia de la muerte. Los recuerdos relacionados con la muerte surgen de las circunstancias que rodean al nacimiento. Uno siempre siente un contacto esencial con la muerte al revivir el nacimiento, con su correspondiente sensación de ahogo y de amenaza a la propia vida. Si durante el embarazo una persona vivió la inminencia de un aborto, natural o provocado, es probable que haya atravesado una crisis de supervivencia como feto y que ésta se reviva más adelante. 
Puede que uno experimente miedo, soledad, locura o muerte durante secuencias transpersonales originadas en los dominios colectivos o universales. Las regiones transpersonales contienen elementos de luz y de oscuridad por igual, y tanto lo “negativo” como lo “positivo” son capaces de inspirar temor. Quizás uno enfrente un demonio mitológico monstruoso o reviva una batalla de otra época, y sentir miedo en esos momentos es inevitable. Sin embargo, el hecho de que una persona sienta miedo en las regiones luminosas y bellas es algo llamativo. Analizaremos en el capítulo 3 los desafíos de las regiones “positivas”. 
Una persona se sentirá sola durante una identificación convincente con un soldado separado de alguien a quien ama a causa de la guerra, o con una madre africana que sufre la muerte de su hijo por culpa de una hambruna. Una mujer sintió que realmente se volvía loca cuando en uno de nuestros talleres, durante una sesión de trabajo vivencial profundo, se vio como una mujer en un manicomio medieval. Después de una hora, cuando terminó la experiencia, volvió a su estado normal. 
El encuentro con la muerte puede darse de muchas maneras en el nivel transpersonal. En lo que parece un recuerdo de una vida anterior, tal vez se reviva el haber sido muerto como un soldado, un mártir, o una madre en tiempos de guerra. Quizás también se encuentre la muerte en el mundo de lo mitológico, al identificarse con la figura de Cristo en la cruz o con el desmembramiento de Osiris. 
Un individuo puede llegar a identificarse con la experiencia de la muerte de todos los seres humanos, de todas las madres que murieron al dar a luz, de todos los hombres que han muerto en batalla a través de la historia. Otros quizás se conviertan en el arquetipo de la muerte misma, experimentándola como una fuerza universal en todo su poderío. El siguiente ejemplo, muy vívido, lo dio una mujer cuya emergencia espiritual entrañó muchas experiencias realistas de la muerte: 
“A mi alrededor giraban imágenes de muerte: lápidas, cruces, una calavera sonriente y huesos cruzados. Vi cientos de campos de batallas sangrientos, campos de concentración y salas de hospitales; había escenas de muerte en todas partes. Sentí como si estuviera reviendo y participando en todas las muertes de la historia. Luego la experiencia cambió y de golpe sentí que, quienquiera que yo fuese, era responsable de todo; me había convertido en la Muerte misma, la Parca; y era yo quien llamaba a la humanidad a morir”.

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