Karl Kerényi, Eleusis / No podemos creer que los misterios de Eleusis fueran un asunto vano, algo infantil concebido por sacerdotes astutos para engañar al campesino y al ignorante, sino una filosofía de la vida que poseía substancia y significado e impartía una pequeña parte de verdad al anhelante alma humana ...
Un juicio extremo —referido al período clásico de Atenas— dice: «Las acciones sagradas que se realizaban en el templo del Misterio ante los ojos del iniciado eran toscas y carentes de sentido en sumo grado, y todos aquellos que habían recibido una nueva forma de educación los miraban simplemente como engaño sacerdotal y disparates infantiles». Según otra opinión, por el contrario, «el carácter sublime del culto eleusino» era tan indiscutible en ese mismo período que Esquilo «lo sentía profundamente». El autor de este juicio no podía admitir que el gran poeta trágico no fuera un iniciado. En cualquier caso, quien así pensaba no creía que el secreto eleusino estuviera muy bien preservado. «Al tocar la reproducción de una matriz, el iniciado adquiría evidentemente la certeza de renacer de la matriz de la Madre Tierra y de esta manera convertirse en su propio hijo». El supuesto que —de estar justificado— daría a los misterios, según una opinión, un contenido sublime y según otra, muy basto, es el siguiente: una réplica de una matriz estaba contenida en la cista mystica, y con ella se emprendía la acción mencionada en el synthema. No podemos decir que esta posibilidad esté excluida dado que no sabemos lo que había realmente en el cesto grande. Sea lo que fuere lo que pudiera contener, no tenemos ningún testimonio sobre ello; y mucho menos ninguna prueba que apoye la sugerida interpretación simbólica de la matriz. Además, los primeros defensores de esta idea no tenían en mente el objeto y contenido de la epopteia. En definitiva, parece exagerado llamar «bienaventurados» a quienes habían visto aquello.
Esta hermenéutica se extendía sólo a una parte del contenido de los misterios y se basaba en una mera hipótesis. Otra tentativa hermenéutica descansaba en una base algo más sólida. Nada de los misterios eleusinos eran tan sorprendente como el temor de los iniciados al don de Deméter, el grano, y su esperanza de vida después de la muerte. En una fuente cristiana la espiga es designada de forma burlona, pero también precisa, como «el gran, admirado y más perfecto Mysterion epóptico» de Eleusis. De esta manera, era muy natural recordar las palabras del Evangelio de san Juan (12, 24): «Si el grano de trigo cae en tierra y no muere, no da Ruto: pero si muere, da mucho fruto».
Existe además otro pasaje en el Nuevo Testamento y otro similar en el Talmud que hacen más fácil que las personas de fe judía o cristiana tengan acceso a los misterios eleusinos. Leemos en san Pablo (I Cor. 15, 35-38): «Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán? Necio, lo que siembras no se vivifica, si no muere antes. Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de salir, sino el grano desnudo, ya sea de trigo o de otro grano; pero Dios le da el cuerpo como él quiso...». Aquí Pablo combina las palabras de Cristo con la sabiduría rabínica. «Sé» —dijo la reina Cleopatra al rabí Meir (Sanedrín 90 b)— «que los muertos revivirán, pues está escrito (Salmo 72, 16): “y florecerán [los justos] como la hierba de la tierra”. Pero cuando resuciten, ¿resucitarán desnudos o con sus vestidos?». Por «vestidos» se quiere decir el cuerpo. El rabí contestó: «Debes deducir [la respuesta] por un razonamiento a fortiori de un grano de trigo; si el grano de trigo, que es enterrado desnudo, surge con muchas ropas, ¡cuánto más los justos que son enterrados con su vestimenta!».
Éstas son parábolas extraídas de otras religiones. Pero las parábolas solas nunca pueden explicar la fuerza vital de una institución religiosa: ni la longevidad de los misterios eleusinos ni la del judaísmo o el cristianismo. Religiones y cultos que viven mil años no se basan sólo en parábolas. Una experiencia religiosa es un asunto muy diferente, y debemos suponer que esa experiencia estaba presente en Eleusis, pues sólo esto podía dar a la parábola contenido y validez. La hermenéutica debe reconocer la existencia de una experiencia digna de ese nombre y tomar este hecho como su fundamento. El paso desde la noción de una parábola universalmente inteligible hasta la idea de una experiencia religiosa auténtica debe ser un paso adelante para la hermenéutica, con tal que este segundo supuesto se demuestre compatible con una reconstrucción efectuada al margen de la hermenéutica, y creo que así es en este caso. Renunciar a ese supuesto —de una parábola y
en grado aún mayor de una experiencia religiosa auténtica— es, por el contrario, una regresión.
Esto es lo que se hizo en la obra arqueológica más importante sobre los misterios. Aunque los hallazgos expuestos en ese libro para la reconstrucción del marco y el santuario son importantes, todo lo que se dice sobre el contenido de los misterios se basa en razonamientos falsos o insuficientes. Fue un error, por ejemplo, rechazar todas las fuentes cristianas por la razón de que sus autores no eran iniciados. Éstos podrían perfectamente haber tenido fuentes paganas que les hablaran de detalles sin ninguna intención de revelar o traicionar secretos. Así, por ejemplo, la espiga de trigo no era ciertamente el «gran Mysterion epóptico», como suponía Hipólito. Pero no habría llegado a esa conclusión si no se hubiera encontrado con un informe que revelaba que la espiga de grano desempeñaba un papel en la epopteia. Los adversarios cristianos de los misterios procuraron, con seguridad, no inventar nada que cualquier lector pagano iniciado supiera que era falso. Su técnica literaria era citar de varias fuentes, incluyendo, sin duda, algunas que en realidad no se referían a los misterios eleusinos. Algunas se referían a los acontecimientos en la Eleusis de Alejandría. Así surgió la confusión. Se debe rechazar la confusión, pero no las fuentes.
En el libro de Mylonas, por lo demás nuestra obra de referencia arqueológica más útil, la palabra megaron ha contribuido a la confusión. El edificio menor del Telesterion grande, en su centro desde la época de Pericles en adelante, se llamaba propiamente «Anacroron». También Mylonas es de esta opinión.
Pero él cree que la «función primaria» del Anactoron era «servir de almacén para los hiera —los objetos sagrados— del culto. Sus puertas se abrían al final de la iniciación, cuando el hierofante se situaba delante de ellas para exhibir los hiera, o algunos de ellos, a los iniciados asistentes». Según Mylonas, ésta es la reconstrucción correcta de la epopteia. No hay ningún texto que lo confirme, pero Mylonas cita la autoridad de Eliano, autor griego del siglo II d. C. «Eliano —sostiene— afirma taxativamente que sólo el hierofante tenía derecho a entrar en el Anactoron, y esto de acuerdo con la ley de la telete».
La afirmación de Mylonas se basa en una equivocación. Eliano no habla de un Anactoron, sino de un lugar llamado «Mégaron». Al citarle, Mylonas utiliza la palabra anactoron para megaron. La razón de este cambio en el texto fue presumiblemente que, junto con otros arqueólogos, Mylonas cree que un precedente del Anactoron de Eleusis habría tenido la forma de un mégaron. Probablemente esto es correcto. Lo que no es correcto es equiparar la forma del edificio que los arqueólogos llaman por un nombre tomado de Homero, a saber, megaron, con la designación histórica de un edificio de Eleusis que se llamaba «el Mégaron». Debemos preguntarnos: ¿qué era el edificio al que los eleusinos dieron este nombre? El relato piadoso que nos cuenta Eliano sobre un epicúreo impío puede referirse perfectamente a este edificio y no necesariamente al Anactoron. Este epicúreo, dice el relato, entró en el Mégaron prohibido desafiando la ley del Misterio y fue castigado por los dioses con una enfermedad. En casi dos mil años se levantaron en Eleusis muchos edificios que, debido a su forma, los arqueólogos se ven obligados a llamar megara. Éstos incluyen la estructura más antigua, semejante a un templo, que fue excavada en un estrato más profundo que el Telesterion y el Anactoron
posteriores. Pero no existe ninguna prueba que indique que los eleusinos llamaran al Anactoron «el Mégaron» cuando se escribió el relato sobre el epicúreo castigado.
Sin embargo, hay una posibilidad de que los eleusinos llamaran a algún otro edificio Mégaron. El piadoso relato de Eliano es un típico cuento de milagros, que no merece ningún crédito salvo en cuanto a la afirmación de que existía un lugar al que sólo se permitía entrar al hierofante. Hay una inscripción que atestigua la existencia de un lugar que se denominaba oficialmente «el Mégaron» en Eleusis. Los apometra, o emolumentos, para «la Sacerdotisa» debían llevarse al Mégaron. Es improbable que productos alimenticios que servían para el sostenimiento de las sacerdotisas hubieran sido llevados al Anactoron, que, como Mylonas acepta, era el «santo de los santos». El Mégaron era un lugar con el que las sacerdotisas tenían una relación especial. Eliano nos cuenta que el epicúreo impío era un hombre afeminado que podría haber pasado por una mujer. Irrumpió en el Mégaron, fue vencido por el terror y cayó enfermo con una enfermedad prolongada. Probablemente la ley ordenaba que el hierofante fuera el único hombre al que se permitía entrar en este lugar. Las sacerdotisas tenían el mismo derecho como algo normal, porque el Mégaron era en cierto sentido su recinto. Esas tres habitaciones pueden ser identificadas entre los edificios excavados en Eleusis.
Mylonas no tomó en consideración la inscripción. Sin embargo, cita el caso del emperador Marco Aurelio: «Se le permitió entrar en el Anactoron, la única persona laica que fuera admitida nunca en ese santuario en la larga historia de Eleusis».
En el texto latino de la fuente, la palabra utilizada es sacrarium, palabra que ante todo denota un lugar donde los objetos sagrados no son adorados, sino almacenados. En Eleusis, es la denominada Casa Sagrada lo que responde mejor a esa descripción. Dado que había dos sacerdotisas que llevaban los objetos secretos sagrados a Atenas y de ahí de nuevo a Eleusis sobre la cabeza en las cestas del Misterio, es muy posible que esos objetos se almacenaran en el lugar donde vivían las sacerdotisas mientras desempeñaban su función, y que a ningún hombre salvo al hierofante se le permitiera entrar en esa casa. Otra posibilidad, aparte de la Casa Sagrada, es el templo de Plutón. La inscripción que menciona «el Mégaron» habla de «la Sacerdotisa» y de «la Sacerdotisa de Plutón». En este caso, como se hace frecuentemente, la palabra megaron se utiliza para designar un santuario «ctónico». La función del templo de Plutón en Eleusis y su situación en una gran gruta puede razonablemente denominarse «ctónica». Una tercera posibilidad es la casa del tesoro o sagrario, cerca del Telesterion.
Mylonas no es capaz de señalar ningún lugar apropiado para la epopteia que mentalmente construyó: un lugar en que el hierofante, delante del Anactoron, el edificio pequeño en el gran Telesterion, con una luz deslumbrante, podría haber mostrado a los iniciados los objetos que Mylonas tenía en mente. Según su reconstrucción, el Anactoron se habría situado entre el hierofante y una gran parte de la asamblea, cuya visión habría estado obstaculizada por las columnas interiores. ¿Y qué objetos tenía en mente?: «Tenemos que confesar que no sabemos lo que eran esos objetos sagrados. Hemos sugerido en una parte anterior de nuestro estudio que pueden haber sido pequeñas reliquias de la época micénica transmitidas de generación en generación; esas reliquias debían resultar muy extrañas y, por consiguiente, podrían inspirar temor a los griegos de la era histórica. Su edad y la extrañeza de su apariencia habrían conferido la impresión de objetos utilizados por la Diosa durante su estancia en el templo, dentro del cual se encontraban». Un argumento decisivo en su contra es que en 415 a. C. Alcibíades trató de mostrar los misterios a sus amigos de Atenas. En su oración Sobre los misterios, Andócides nos dice que este intento se realizó al menos en tres casas. Esos intentos habrían sido imposibles si los objetos sagrados particulares de Eleusis hubieran sido necesarios.
Finalmente admite Mylonas: «No puedo evitar la sensación de que hay mucho más en el culto de Eleusis que ha permanecido secreto; que hay un sentido y un significado que se nos escapa». Y añade: «No podemos creer que los misterios de Eleusis fueran un asunto vano, algo infantil concebido por sacerdotes astutos para engañar al campesino y al ignorante, sino una filosofía de la vida que poseía substancia y significado e impartía una pequeña parte de verdad al anhelante alma humana». Pero esto es una regresión al siglo XVIII, cuando, lejos de pensar en una experiencia religiosa, y mucho menos en una visio beatifica, en Eleusis, se suponía que los misterios expresaban una
doctrina filosófica secreta. Apenas tengo que decir que esa suposición carecía de fundamento y sigue sin él.
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