Frances A. Yates, El arte de la memoria / Tú has inventado un elixir no de la memoria, sino de los recuerdos; y tú ofreces a tus alumnos la apariencia de la sabiduría, no la sabiduría verdadera, y, sin instrucción alguna, podrán leer muchas cosas, y creer, por lo tanto, que saben muchas cosas, siendo, en su mayor parte, ignorantes y duros, por cuanto no son sabios, sino tan sólo aparecen como sabios ...

 

La metáfora empleada en las tres fuentes latinas a propósito de la mnemónica, que compara la escritura interna o impresión de las imágenes de la memoria en los lugares con la escritura en una tablilla de cera, es obviamente una sugestión dada por el empleo que se hacía en la época de la tablilla de cera para escribir. Sin embargo, pone asimismo en conexión la mnemónica con la antigua teoría de la memoria, como advirtió Quintiliano cuando, en su introducción al capítulo de mnemónica, señaló que él no proponía detenerse en las funciones precisas de la memoria, «aun cuando muchos mantienen el punto de vista de que las impresiones se graban en la mente de manera análoga a las que una sortija de sello graba en la cera».
Hemos citado antes el uso que Aristóteles hace de esta metáfora a propósito de las imágenes procedentes de las impresiones sensoriales, que son como la impronta del sello en la cera. Tales impresiones son para Aristóteles la fuente básica de todo conocimiento; aun cuando sean refinadas y abstraídas por el intelecto agente, sin ellas no puede darse pensamiento o conocimiento, pues todo conocimiento depende de las impresiones sensoriales. 
Platón usa la metáfora de la impronta del sello en el famoso pasaje del Teeteto en el que Sócrates supone que hay un bloque de cera en nuestras almas -de cualidad variable según los individuos- y que éste es «el regalo de la Memoria, madre de las Musas». Siempre que vemos, oímos o pensamos algo, estamos colocando esta cera bajo las impresiones y los pensamientos, e imprimiendo en ella como si hiciésemos impresiones con un sello.
Mas Platón, a diferencia de Aristóteles, cree en la existencia de un conocimiento que no deriva de las impresiones sensoriales, un conocimiento que constituyen, latentes en nuestras memorias, las formas o moldes de las Ideas, de aquellas realidades que conocía el alma antes de su descenso a este mundo inferior. El conocimiento verdadero consiste en adecuar las improntas de las impresiones sensoriales al molde o impronta de aquella otra realidad superior, de la que las cosas inferiores de aquí son reflejos. En el Fedón se desarrolla el tema de que todos los objetos sensibles pueden ser referidos a ciertos tipos de los que son semejanzas. No es en esta vida donde hemos visto o aprendido los tipos, sino que los vimos antes de que nuestra vida comenzase, y está en nuestras memorias su conocimiento innato. El ejemplo dado sugiere referir nuestras percepciones sensoriales de objetos iguales a la Idea de la Igualdad, que es innata en nosotros. En sujetos iguales, tales como trozos iguales de madera, percibimos la igualdad, porque la Idea de la Igualdad ha sido impresa en nuestras memorias, su sello permanece latente en la cera de nuestra alma. El conocimiento verdadero consiste en adecuar las improntas que provienen de las impresiones sensoriales a la impronta básica o sello de la Forma o Idea con la que se corresponden los objetos de los sentidos. En Fedro, donde Platón expone su visión de las funciones verdaderas de la retórica -persuadir a los hombres al conocimiento de la verdad-, vuelve a desarrollar el tema de que el conocimiento de la verdad y del alma consiste en recordar, en la recordación de las Ideas, vistas una vez por todas las almas, y de las que todas las cosas terrestres no son más que copias confusas. Todo conocimiento y todo saber es el intento de recordar las realidades, de recoger en unidad, por sus correspondencias con las realidades, las numerosas percepciones de los sentidos. «En las copias terrestres de la justicia y la templanza y de las otras ideas que tan preciosas son para las almas no hay luz alguna, sólo cierto fuego; acercándose las imágenes a través de los oscurecidos órganos del sentido, capta en ellas la naturaleza de lo que ellas imitan.»
El Fedro es un tratado de retórica en el que se considera a la retórica no como un arte de persuadir para lograr ventajas personales o políticas, sino como el arte de decir la verdad y persuadir a ella a los que escuchan. El poder lograrlo depende del conocimiento del alma, y el conocimiento del alma consiste en la recordación de las Ideas. La memoria no es una «sección» en este tratado, como parte del arte de la retórica; en su sentido platónico la memoria es el cimiento del conjunto.
Es claro que, desde el punto de vista de Platón, el uso sofístico de la memoria artificial ha de ser anatema, profanación de la memoria. Es ciertamente posible que algunas de las sátiras que Platón hace contra los sofistas, por ejemplo su insensato uso de las etimologías, sea explicable por los tratados sofistas de la memoria, con su uso de etimologías de esa laya en pro de la memoria de palabras. Una memoria platónica habría de estar organizada, no a la manera trivial de tales mnemotecnias, sino en función de las realidades. 
El intento grandioso de realizarlo, dentro del marco del arte de la memoria, lo llevaron a cabo los neoplatónicos del Renacimiento. Una de las más percusivas manifestaciones del uso renacentista de nuestro arte es el Teatro de la Memoria de Giulio Camillo. Disponiendo imágenes en los lugares de un teatro neoclásico -una manera completamente correcta de usar la memoria artificial-, el sistema de la memoria de Camillo se basa (según creía) en los arquetipos de la realidad, de los que dependen las otras imágenes secundarias, que abarcan el entero territorio de la naturaleza y el hombre. La visión camilliana de la memoria es fundamentalmente platónica (si bien también están presentes en el Teatro influencias herméticas y cabalistas), y es su objetivo la construcción de una memoria artificial basada en la verdad. «Si los antiguos oradores», dice, «en su deseo de ubicar diariamente las partes del discurso que habían de recitar, las confiaban a frágiles lugares como cosas frágiles que eran, es razonable que nosotros, que queremos almacenar para la eternidad la eterna naturaleza de todas las cosas que se pueden expresar mediante discurso... les asignemos lugares eternos». 
En el Fedro, Sócrates cuenta la siguiente historia:
«He oído que en la ciudad egipcia de Naucratis vivía uno de los antiguos dioses de aquel país, aquel cuya ave sagrada se llama Ibis, y cuyo nombre es Theuth. Fue él quien inventó los números y la aritmética y la geometría y la astronomía, así como el juego de dados, y lo que es más importante de todo, las letras. En aquel tiempo el rey de todo el Egipto era el dios Thamus, que moraba en una gran ciudad de la región superior, llamada por los griegos Tebas la Egipcia, y a él le denominaban el propio dios Amón. A él se presentó Theuth para mostrarle sus invenciones, diciendo que debían ser enseñadas a los demás egipcios. Mas Thamus le interrogó por sus usos, y co mo Theuth le enumerase sus provechos, alababa o vituperaba las diferentes artes, cosa que sería largo repetir; mas cuando llegaron a las letras: «Esta invención, oh Rey», dijo Theuth, «hará más sabios a los egipcios, y mejorará sus memorias; pues es un elixir de la memoria y la sabiduría lo que yo he descubierto». Pero Thamus replicó: «Ingeniosísimo Theuth, un hombre puede tener la capacidad de crear artes, pero la capacidad de juzgar sobre la utilidad o nocividad que tengan para sus usuarios corresponde a otro; y a ti, que eres el padre de las letras, te ha llevado tu propia afición a adjudicarles un poder opuesto al que poseen realmente. Pues esta invención producirá el olvido en la mente de aquellos que aprendan a usarlas, ya que ellos no practicarán su memoria. Su confianza en la escritura, producida por caracteres externos que no son parte de ellos mismos, reprimirá en ellos el uso de la propia memoria. Tú has inventado un elixir no de la memoria, sino de los recuerdos; y tú ofreces a tus alumnos la apariencia de la sabiduría, no la sabiduría verdadera, y, sin instrucción alguna, podrán leer muchas cosas, y creer, por lo tanto, que saben muchas cosas, siendo, en su mayor parte, ignorantes y duros, por cuanto no son sabios, sino tan sólo aparecen como sabios»».
Se ha sugerido que este pasaje puede representar una supervivencia de las tradiciones de la memoria oral, de la época anterior al uso generalizado de la escritura.
Pero, como dice Sócrates, las memorias de los más antiguos egipcios eran las de hombres verdaderamente sabios en contacto con las realidades. A la antigua práctica egipcia de la memoria se la presenta como muy profunda disciplina". Un discípulo de Giordano Bruno empleó este pasaje en su tarea de propagar por Inglaterra la bruniana versión hermética y «egipcia» de la memoria artificial como «escritura interna» de significación misteriosa.
Como ya el lector habrá adivinado, forma parte del plan de este capítulo examinar el tratamiento que los griegos dieron de la memoria desde el punto de vista de lo que va a ser importante en la historia subsiguiente del arte de la memoria. Aristóteles es esencial para la forma escolástica y medieval del arte; Platón es esencial para el arte en el Renacimiento.

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